Prólogo de una hibernación
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Yo no sé, mirá, es terrible cómo llueve. Lueve
todo el tiempo, afuera tupido y gris, aquí contra el
balcón con goterones cuajados y duros, que hacen
plaf y se aplastan como bofetadas uno detrás de
otro qué hastío. Ahora aparece una gotita en lo
alto del marco de la ventana; se queda temble-
queando contra el cielo que la triza en mil brillos
apagados, va creciendo y se tambalea, y va a caer y
no se cae, todavía no se cae. Está prendida con
todas las uñas, no quiere caerse y se la ve que se
agarra con los dientes mientras le crece la barriga;
ya es una gotaza que cuelga majestuosa, y de pron-
to zup, ahí va, plaf, deshecha, nada, una viscosidad
en el mármol.
Pero las hay que se suicidan y se entregan en
seguida, brotan en el marco y ahí mismo se tiran;
me parece ver la vibración del salto, sus piernitas
desprendiéndose y el grito que las emborracha en
esa nada del caer y aniquilarse. Tristes gotas,
redondas inocentes gotas. Adiós gotas. Adiós.
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Los famas para conservar sus recuerdos proce-
den a embalsamarlos en la siguiente forma: Luego
de fijado el recuerdo con pelos y señales, lo
envuelven de pies a cabeza en una sábana negra y
lo colocan parado contra la pared de la sala, con un
cartelito que dice: "Excursión a Quilmes", o
"Frank Sinatra".
Los cronopios, en cambio, esos seres desorde-
nados y tibios, dejan los recuerdos sueltos por la
casa, entre alegres gritos, y ellos andan por el
medio y cuando pasa corriendo uno, lo acarician
con suavidad y le dicen: "No vayas a lastimarte", y
también: "Cuidádo con los escalones". Es por eso
que las casas de los famas son ordenadas y silen-
ciosas, mientras en las de los cronopios hay gran
bulla y puertas que golpean. Los vecinos se quejan
siempre de los cronopios, y los famas mueven la
cabeza comprensivamente y van a ver si las etique-
tas están todas en su sitio.
[Julio Cortázar, Historias de cronopios y de famas ]